viernes, 5 de agosto de 2011

El señor de los anillos I parte

(a partir de la pg 25)

Renuncia a tenerlo y dáselo a Frodo, a quien yo cuidaré.
Bilbo se quedó un momento tenso e indeciso. Al fin suspiró y dijo con
esfuerzo: -Bien, lo haré. -Se encogió de hombros y sonrió tristemente. - Al fin y
al cabo, para esto se hizo la fiesta: para regalar muchas cosas y en cierto modo
para que no me costara tanto dejar también el Anillo. No fue cosa fácil al final,
pero sería una lástima desperdiciar tantos preparativos. Arruinar la broma.
-En efecto -respondió Gandalf-. Suprimiría el único motivo que siempre le
vi al asunto.
-Muy bien -dijo Bilbo-, se lo dejaré a Frodo con todo lo demás. -Tomó
aliento. - Y ahora tengo que partir, o alguien me pescará. Ya he dicho adiós y
no podría empezar otra vez. -Recogió la maleta y fue hacia la puerta.
-Todavía tienes el Anillo -dijo el mago.
-¡Sí, lo tengo! -gritó Bilbo-. Y mi testamento y todos los otros documentos
también. Es mejor que los tomes tú y los entregues en mi nombre. Será lo
más seguro.
-No, no me des el Anillo -dijo Gandalf-. Ponlo sobre la repisa de la
chimenea. Estará seguro allí hasta que llegue Frodo; yo lo esperaré.
Bilbo sacó el sobre y justo en el momento en que lo colocaba junto al reloj,
le tembló la mano y el paquete cayó al suelo. Antes que pudiera levantarlo, el
mago se agachó, lo recogió y lo puso en su lugar. Un espasmo de rabia cruzó
fugazmente otra vez por la cara del hobbit y casi en seguida se transformó en
un gesto de alivio y en una risa.
-Bien, ya está -comentó-. Ahora sí, ¡me voy!
Pasaron al vestíbulo. Bilbo tomó su bastón favorito y silbó. Tres enanos
vinieron de tres distintas habitaciones.
-¿Está todo listo? -preguntó Bilbo-. ¿Todo embalado y rotulado?
-Todo -contestaron.
-¡Entonces, en marcha! -Y caminó hacia la puerta del frente. Era una
noche magnífica y se veía el cielo oscuro salpicado de estrellas. Bilbo miró,
olfateando el aire.
-¡Qué alegría! ¡Qué alegría estar nuevamente en camino con los enanos!
¡Años y años estuve esperando este momento! ¡Adiós! -dijo mirando a su viejo
hogar e inclinándose delante de la puerta-. ¡Adiós, Gandalf!
-Adiós por ahora, Bilbo. ¡Ten cuidado! Eres bastante viejo y quizá bastante
sabio.
-¡Tener cuidado! No me importa. ¡No te preocupes por mí! Me siento más
feliz que nunca, lo que es mucho decir. Pero la hora ha llegado. Al fin me voy.
En seguida, en voz baja, como para sí mismo, se puso a cantar en la
oscuridad:
El camino sigue y sigue
desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y si es posible he de seguirlo
recorriéndole con pie decidido
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.
Bilbo se detuvo en silencio, un momento. Luego, sin pronunciar una
palabra, se alejó de las luces y voces de los campos y tiendas, y seguido por
sus tres compañeros dio una vuelta al jardín y bajó trotando la larga
pendiente. Saltó un cerco bajo y fue hacia los prados, internándose en la
noche como un susurro de viento entre las briznas.
Gandalf se quedó un momento mirando cómo desaparecía en la
oscuridad. -Adiós, mi querido Bilbo, hasta nuestro próximo encuentro -dijo
dulcemente, y entró en la casa,
Frodo llegó poco después y encontró a Gandalf sentado en la penumbra y
absorto en sus pensamientos.
-¿Se fue? -le preguntó.
-Sí -respondió Gandalf-, al fin se fue.
-Deseaba, es decir, esperaba hasta esta tarde que todo fuese una broma -
dijo Frodo-. Pero el corazón me decía que era verdad. Siempre bromeaba
sobre cosas serias. Lamento no haber venido antes para verlo partir.
-Bueno, creo que al fin prefirió irse sin alboroto -dijo Gandalf No te
preocupes tanto. Se encontrará bien, ahora. Dejó un paquete para ti. ¡Ahí
está!
Frodo tomó el sobre de la repisa, le echó una mirada, pero no lo abrió. -
Creo que adentro encontrarás el testamento y todos los otros papeles -dijo el
mago-. Tú eres ahora el amo de Bolsón Cerrado. Supongo que encontrarás
también un Anillo de oro.
-¡El Anillo! -exclamó Frodo-. ¿Me ha dejado el Anillo? Me pregunto por
qué. Bueno, quizá me sirva de algo.
-Sí y no -dijo Gandalf -. En tu lugar, yo no lo usaría. Pero guárdalo en
secreto ¡y en sitio seguro! Bien, me voy a la cama.
Como amo de Bolsón Cerrado, Frodo sintió que era su penoso deber
despedir a los huéspedes. Rumores sobre extraños acontecimientos se habían
diseminado por el campo. Frodo nada dijo, pero sin duda todo se aclararía por
la mañana. Alrededor de medianoche comenzaron a llegar los carruajes de la
gente importante y así fueron desapareciendo, uno a uno, cargados con
hobbits hartos pero insatisfechos. Al fin se llamó a los jardineros, que
trasladaron en carretillas a quienes habían quedado rezagados.
La noche pasó lentamente. Salió el sol. Los hobbits se levantaron
bastante tarde y la mañana prosiguió. Se solicitó el concurso de gente, que
recibió orden de despejar los pabellones y quitar mesas, sillas, cucharas,
cuchillos, botellas, platos, linternas, macetas de arbustos en flor, migajas,
papeles, carteras, pañuelos y guantes olvidados, y alimentos no consumidos,
que eran muy pocos. Luego llegó una serie de personas no solicitadas, los
Bolsón, Boffin, Bolger, Tuk y otros huéspedes que vivían o andaban cerca.
Hacia el mediodía, cuando hasta los más comilones ya estaban de regreso,
había en Bolsón Cerrado una gran multitud, no invitada, pero no inesperada.
Frodo los esperaba en la escalera, sonriendo, aunque con aire fatigado y
preocupado. Saludó a todos, pero no les pudo dar más explicaciones que en la
víspera. Respondía a todas las preguntas del mismo modo:
-El señor Bilbo Bolsón se ha ido; creo que para siempre.
Invitó a algunos de los visitantes a entrar en la casa, pues Bilbo había
dejado «mensajes» para ellos.
Dentro del vestíbulo había apilada una gran cantidad de paquetes,

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